El herpes gestacional o penfigoide gestacional es una enfermedad autoinmune que se desarrolla a partir de la novena semana de embarazo, aunque por término medio lo hace aproximadamente en la semana 21 y se puede iniciar incluso una semana después del parto. Se caracteriza por la aparición de placas enrojecidas en la piel que se inician en el entorno del ombligo y se extienden de forma concéntrica, pudiendo afectar a brazos, piernas y otras localizaciones, aunque raramente a las mucosas.
Estas placas en ocasiones están acompañadas de vesículas o ampollas muy similares a las que se producen como consecuencia de la infección por el herpes zóster; de ahí la denominación de la enfermedad, aunque su origen nada tenga que ver con este virus.
Esta enfermedad suele debutar durante el primer embarazo y puede darse de forma recurrente en posteriores gestaciones o cuando la mujer que ya la ha sufrido es sometida a tratamientos con anticonceptivos u otras terapias hormonales.
La cuestión más importante del herpes gestacional es que puede afectar en alguna medida al feto, aunque el riesgo de que ello suceda es muy bajo: muerte fetal, insuficiencia placentaria, parto prematuro y la posibilidad de que el neonato presente lesiones cutáneas transitorias similares a las de la madre que generalmente desaparecen por sí solas sin necesidad de tratamiento alguno.
Tratamiento
El diagnóstico del herpes gestacional debe confirmarse mediante la realización de una biopsia de piel obtenida de las placas enrojecidas, ya que generalmente es una patología que se manifiesta de forma leve y sólo aparecen ampollas en los casos más severos.
En este sentido, el tratamiento dependerá del grado de desarrollo de los síntomas. En los casos más leves suelen utilizarse corticoesteroides tópicos que se aplican sobre las zonas enrojecidas de la piel. Si se producen fases de exacerbación entonces puede recurrirse al uso de antihistamínicos. Sin embargo, cuando el cuadro clínico es más severo es necesario aumentar la dosis de corticoesteroides y administrarlos bien por vía oral o mediante una inyección intravenosa. Ni los corticoesteroides ni los antihistamínicos suponen un riesgo para el feto, por lo que se pueden administrar a lo largo del resto del embarazo e incluso después del parto.
Finalmente, en los casos de mayor gravedad cabe la posibilidad de aplicar una técnica de tratamiento denominada plasmaféresis que consiste en la extracción de un poco de sangre de la madre para separar el plasma –en él se encuentran los anticuerpos– y sustituirlo por plasma normal antes de volver a infundir la sangre a la paciente.