La ira es una reacción emocional lógica ante situaciones que se perciben como una injusticia o ante algo que se interpone en la consecución de objetivos personales. Desde esta perspectiva, como cualquier emoción, no sólo es útil, sino también necesaria, pues supone una voz de alarma que resulta en una reacción impulsiva de contraposición a algo que se considera como una agresión, reduce el miedo a la misma y genera la energía necesaria para actuar. Sin embargo, la irascibilidad puede ser también un síntoma propio de estados de ansiedad, agotamiento, depresión, trastornos de la conducta o incluso de fases avanzadas de demencia.
En cualquier caso, ser consciente de las causas de las reacciones de ira y aprender a gestionar este tipo de emoción es algo importante, ya que permite evitar los estallidos poco o nada justificados que pueden llegar a ser del todo irracionales. De lo contrario, la ira puede llevar a un estado de agresividad que puede ser peligroso para uno mismo y para los demás.
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Ira acumulada: callarse y tragarse las emociones ante situaciones de injusticia o de agresiones emocionales externas lleva, antes o después, a un estallido de gran violencia verbal o física.
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Nada es cuestión de perder o ganar: en numerosas ocasiones la ira es una reacción a la frustración por no haber conseguido los objetivos que uno se plantea o que los acontecimientos no se desarrollen como uno quiere. La empatía es un arma idónea para evitar plantear las relaciones humanas como una cuestión de ganar o perder. De hecho, la baja tolerancia a la frustración es generalmente la antesala de un episodio de ira.
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Pensar en las causas y consecuencias de un episodio de ira: es importante analizar si esta reacción emocional se ha producido realmente por causas justificadas. En muchas ocasiones no es así, como sucede, por ejemplo, cuando se está al volante de un automóvil y se profieren gritos e insultos ante la manera de conducir de otros que interfieren la marcha. Meditar sobre el hecho de porqué se ha reaccionado de esta manera ayudará en el futuro a controlar estos estallidos.
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El descanso es importante: el agotamiento, físico o mental, favorece las reacciones airadas y los impulsos de irascibilidad (saltar a la mínima, como reza la expresión popular). Es necesario asegurarse el descanso necesario, tanto en lo que respecta a las horas que se duerme como a la calidad del sueño.
También hay que saber parar en momentos determinados del día. Es estrés es un facilitador de la ira. Las pausas en el trabajo para el café o la comida cumplen con esta finalidad.
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Aprender a relajarse: la relajación es una de las mejores formas de prevenir los estallidos de ira y hay diferentes modos de hacerlo. Uno de ellos es la práctica habitual de ejercicio físico, especialmente cuando éste es intenso y se realiza en compañía: ayuda a desterrar de la mente los temas que causan la irritabilidad y después a verlos con otra perspectiva. El yoga, el Tai-Chi o un simple baño de agua caliente son otros modos de lograr un estado de relajación.
En momentos puntuales, en los que se detecta que se puede tener una reacción irascible, respirar profundamente y de forma pausada durante unos instantes ayuda mucho para evitar un posible estallido.
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Evitar situaciones y personas que se sabe pueden resultar irritantes: la mayoría de las personas son conscientes de que hay situaciones, otras personas o una combinación de ambas cosas que les resultan irritantes. Si es así, lo mejor es evitarlas o retirarse a tiempo antes de llegar al enfrentamiento y un arranque de ira.
- La ayuda del psicólogo: si a pesar de todo las reacciones emocionales de ira siguen dándose de manera frecuente sin ser capaces de controlarlas, es aconsejable buscar la ayuda de un psicólogo, antes de que las personas del entorno habitual empiecen a alejarse de uno. La terapia puede ayudar a cambiar actitudes que contribuyen a exagerar o magnificar hasta el dramatismo episodios que carecen de importancia real y a llevar a cabo una reestructuración cognitiva que permita gestionar adecuadamente la ira.