Los denominados disruptores endocrinos son en realidad toda una serie de sustancias químicas capaces de alterar el sistema hormonal del organismo humano y generar su disfunción, lo que puede llegar a causar diferentes enfermedades relacionadas con la salud reproductiva de la mujer (cáncer de mama, infertilidad, pubertad precoz, etc.), trastornos de la función reproductora masculina (afecciones de próstata, pérdida de la calidad seminal, malformaciones congénitas del aparato reproductor), trastornos metabólicos (diabetes u obesidad), enfermedades neurológicas (trastornos del comportamiento, déficit de atención e hiperactividad, enfermedad de Parkinson, etc.), cáncer de tiroides o trastornos cardiovasculares.
El problema fundamental es que por lo general el efecto de los disruptores endocrinos sobre el organismo es acumulativo e irreversible y se pueden transmitir de una generación a otra sin que se haya manifestado patológicamente. Estas sustancias están por todas partes y convivimos permanentemente con ellas, pues forman parte de nuestra vida de forma habitual, sea en el hogar, el trabajo, en la calle o incluso en el campo:
- Alimentos.
- Pesticidas.
- Productos de higiene personal y de limpieza.
- Materiales de construcción.
- Materiales plásticos.
- Ambientadores.
- Materiales de decoración.
- Insecticidas.
- Ropa.
- Juguetes.
- Electrodomésticos.
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Aparatos electrónicos, etc.
La lista es muy larga, al igual que la de las sustancias químicas que pueden alterar el sistema endocrino:
- Dioxinas.
- Furanos.
- PCB.
- Bisfenoles, alquilfenoles o benzofenonas.
- Ftalatos o retardantes de llama bromados.
- Hormonas sintéticas que se utilizan para el engorde del ganado o para algunos tratamientos médicos.
- Pesticidas y herbicidas.
- Metales pesados.
- Ciertos filtros UV utilizados en los protectores solares.
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Conservantes utilizados en productos cosméticos, etc.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) en un informe publicado en 2013 ha elaborado una lista en la que contemplan aproxidamente unas 800 sustancias químicas que son sospechosas de actuar como disruptores endocrinos. El problema es que en la mayoría de los casos no hay investigaciones que permitan determinar una clara relación causa-efecto.
Una de las primeras sustancias químicas identificadas como disruptor endocrino fue el DDT y actualmente está prohibido su uso. Pero otras, como el bisfenol A, los ftalatos, las resinas epoxi o los policarbonatos, están tan presentes en la sociedad de consumo que la prohibición acarrearía una crisis industrial sin precedentes, al no disponerse de materiales que permitan cumplir las mismas funciones y estén libres de sospecha.
De momento, la única medida posible es la advertencia sobre el uso de determinados materiales plásticos, de las que cabe extraer una serie de consejos prácticos para limitar la exposición a disruptores endocrinos:
- Evitar artículos fabricados de policarbonato o cloruro de polivinilo, en particular si se utilizan para envasar alimentos o productos dirigidos a niños (jueguetes, ropa, etc.)
- Utilizar botellas o envases de vidrio y evitar los de materiales plásticos, ya que liberan ftalatos (BPA).
- Asegurarse que los chupetes y las tetinas del biberón no se han fabricado con bisfenol A.
- Las latas de conservas están recubiertas en su interior por una película película plástica que libera bisfenol A, por lo que recomienda reducir al máximo el consumo de alimentos enlatados.
- También hay que evitar los alimentos que se venden en bandejas de poliuretano y están recubiertos con un film de PVC.
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Los tickets de compra o de los cajeros automáticos también contienen bisfenol A y éste puede ser absorbido a través de la piel.
Como puede comprobarse, el contacto con los disruptores endocrinos en la sociedad moderna es continuo, especialmente en el ámbito de la alimentación. Es una contaminación invisible que sólo puede ser detectada mediante una información adecuada al consumidor; un hecho éste que en la actualidad dista mucho de ser una realidad.